miércoles, 4 de enero de 2012


CAPULINA DE MIS RECUERDOS,
QUE TE VAYA BIEN.


Lo conocí en los paquines alquilados por 10 centavos en el mercado
 San Isidro.
Allí estaba impreso con su traje azul desbocado en la vecindad miserable con su abuelito malcriado por la vejez insoportable que se lleva hasta los pichinguitos del dibujo sepia.
Por no saber que caminos tomar, me sumergía en los laberintos del mercado, para ver paquines, nunca los leía, solo miraba los movimientos de ese genial dibujante como Óscar González Loyo, el autor de esa aventuras fabulosas de Capulina.
A mí la lastima me invadía ver a Capulina en los paquines, él me invento la nostalgia de ser un hombre abandonado, porque  el como yo, en los paquines no tenía hermanos, ni padres, solo el abuelo, y yo hasta me creía hermano menor de él, claro, tenía 8 años y creía que la vida  nunca sale de una historieta, crea que la vida entera estaba en los dibujos, hoy también sigo creyendo eso.
Luego ya más grande lo empecé a ver en los cines pasados de moda, en blanco y negro, nunca me hacia reir y eso no era lo importante, sino que nunca uso palabras fuera del orden maravillo del idioma, eso que es dificilísimo lograr, el rey del humor blanco fue Capulina. Gaspar Henaine Pérez, quien había nacido el 6 de enero de 1926 en Chignahuapan, México.
Capulina  participó en 84 películas. Fue pionero de la televisión mexicana. Cuando empezó su carrera cantaba en un cuarteto que se llamaba ''Los Excéntricos'' y luego en un exitoso trío que se llamó ''Los Trincas''. De ahí nació la pareja que se hizo tan conocida: 'Viruta y Capulina'.
Hoy dicen los periódicos que navegan en este mar salvaje de las redes, que ha muerto a los 81 años, con los ojos abiertos a la última esperanza, con su lunar colgado del hilo de esa luciérnaga fatal de la muerte.
Que te vaya bien viejo, saludes al abuelo, y ojalá me ajuste el alma entera para seguir viendo los paquines triste del mercado que es esta vida que se va.

Allan Mcdonald









INVENTARIO DE FIN DE AÑO.


11 lápices grafito en color naranja.
1 lámpara de luz incandescente.
1 taza roja de porcelana de Turner y los maestros.
1 sacapuntas eléctrico marca x.acto.
3 Rencores imposibles en mi abismo sentimental.
9 olvidos grabados con nombres en el revés de mi alma.
 106 Besos que nunca di a nadie.
 1 oración fosilizada en mi infancia.
1 Abril en mis manos.
1 durazno sembrado en el jardín.
1 carta de mamá escrita en el día de su muerte.
1 camisa en color amarillo de Jenny.
1 acuarela de mi papá.
16 lempiras en mi bolsillo.
2 melancolías de memoria que llevo conmigo.
1 beso olvidado en mi boca.
1 diccionario de sociología marxista (Roger Bartra).
1 reloj sin batería en mi puño.
1 homero Simpson plástico.
44 Miedos guardado en una caja de madera caoba.
6 Fantasmas volando en el cielo infinito de mis noches.
1 insomnio desgarrado en mis pupilas.
13 marcadores negros, de esos solo 4 escriben.
2 palabras finales de mi hermano David.
1 juguete, (vehículo wolsvagen) – sin sus dos ruedas traseras- .
1 llamada telefónica de rechazo a un préstamo de corazón.
1 par de zapatos cafés tirados al azar.
 1 Psoriasis.
1  par Lentes graduados por astigmatismo y miopía en cada cristal.
1 Canción de Piero.
19 lágrimas derramadas en un invierno sin nubes.
1 piedra de rio que mi papá dejo en la bolsa de su ultimo pantalón.
1 libro de Ortega y Gasset (la rebelión de las masas).
1 replica de Ernesto Guevara en plástico.
37 Nostalgias ganadas con el sudor del corazón
1 disco original de Joaquín Sabina.
1 cuaderno grande de bocetos en papel  blanco sin rayas.
1 borrador de goma.
18 tristezas encontradas en la esquina del mundo.
1 bola de billar, número 5, color naranja, regalo de mi padre.
5 resabios y
1 triste moral que aún me queda.

Todo lo que  tengo.


Allan McDonald

lunes, 19 de diciembre de 2011

AQUEL PRIMER AMOR


El viento es un caballo.
P. Neruda


Nunca uso paraguas, me estorba ser una sombra entre los charcos del olvido. Por eso prefiero la lluvia, por eso y porque fue un viernes de lluvias cuando me dieron el primer beso.

Ver llover, ver caer las tormentas sobre las espaldas de uno, me da una gran alivio de sentirme vivo y de recordar ese beso, un beso corto, demasiado corto para no sentirlo.

Fue en 1986 en la feria de San Pedro Sula, cuando salí del colegio nocturno, abandoné la esperanza de estudiar en mi casa y salí corriendo con mi compañero de aula, Javier Olivares se llamaba, y nos perdimos entre las multitudes huérfanas de la suerte en un carnaval chillante de colores y sórdido de música.
Nos cansamos de caminar y Javier se sentó en la acera, se quitó los zapatos y me dijo:

- Sentate viejo-

Yo con 15 años volados en el prodigio de la aventura, me tire en el pavimento y vi las estrellas como una pantalla de atari allá a lo lejos, el infinito parecía un ojo de mujer y Javier me decía:

- comamos baleadas-

Y yo le explicaba que no andaba un tan solo peso, y el decía que andaba tres, así que él se fue a comprar las baleadas más baratas de la feria… y se perdió, lo busqué por horas enteras y nunca lo encontré y de tanta búsqueda en ese laberinto de gentes en medio de aquella bullaranga, fui a dar a un un carrusel de caballitos.

Me los quedé viendo, eran como la ruleta rusa, como una parcela de juguetes sin dueños, me acerqué a ellos mientras los niños gritaban, y yo me acerqué más para cubrirme de aquella tormenta que se desató sin avisos, y yo bajo el toldo de láminas coloradas me puse a ver lo más triste que un hombre solo puede ver:
Un carrusel de caballitos desnudos en la madera pintada, y los niños arriba de aquellos animalitos disecados en un tronco, y volaban y cerraban los ojos en el viento; y los caballitos desbocados en la rueda de la fortuna, y las luces eran luciérnagas y los niños nunca se bajaban y los caballitos se desmayaban del cansancio y las patas llenas de lodos en la madera pintada y yo viéndolos, y viendo la lluvia y no paraban ni los caballitos ni las lluvias, y el niño que los mecía desde una palanca, no entendía nada más que aquel algodón rosado que se tragaba como quien se come el mundo.
Y yo viéndolo y yo con hambre, y me metía las manos a la bolsa para buscar el milagro que Dios, que de repente pusiera 5 pesos en ellas y descubrir el nuevo evangelio que multiplicaba panes, y metía las manos y nada.

Y la lluvia no paraba y de repente sentí una sombra a mi lado: Era una muchacha de 20 años, con una blusa azul, y un jeans amarrado con un pañuelo gitano envés de fajón, tenía el pelo corto y los ojos resplandecientes, y se miraban los caballitos en sus ojos y ella parada junto a mí, viendo el carrusel y todos los niños riéndose, y ella también.

Jamás supe cómo llegó allí a clavarse en la tierra espesa de las lluvias infinitas… Y la gente corría para todos lados y solo nosotros parados bajo la carpa de láminas del carrusel, nunca me dijo nada solo me miraba y yo baje la mirada, y agradecí a Dios ese don maravilloso de no ver los rostros de nadie cuando llueve…
Y ella me dio la mano y me dijo el nombre y yo no dije nada, y me sonreí y nada más. Nunca sé que palabras decir después de “hola”, ese hola era el fin y el principio del mundo y hasta allí funcionaba el encanto juvenil de mi torpeza inocente frente a cualquier mujer.

Nos quedamos bajo la lluvia y me dijo que le gustaban mis tenis, unos Reebok negros de aquel 1986, gastados ya, con un jeans celeste descolorido por el abandono, y mi camisita mojada, mi camisita de manta que mamá me había regalado una navidad y que usaba como formalidad en mi oficinita del periódico donde trabajaba…

- Son las 10 de la noche… acá te vas a quedar- me preguntó…

Y yo pensando que el bus ya se había marchado y que el tal Javier se comió las baleadas y no pensaba más que en eso y dije que me iba a la casa, mintiendo… Yo sin un peso en la bolsa sabía que esa noche era larga y nos fuimos caminando en medio de aquellas multitudes de nómadas en el pavimento. Me tomó de la mano…

- para que no te pierdas - me dijo…

Y yo temblando me fui arrastrando los pies detrás de ella, como 5 años atrás, cuando mi mamá me llevaba al mercado y me decía agárrese bien para que no se me pierda y yo me sentí el niño aquel con mi mamá en medio de luces y música desbaratada en la noche de un 8 de junio de 1986. Y sonaban los Silver Star, y el Sambunango Teleño se disparaba más de mil veces, y los Roland y Moisés Canelo entarimado cantando:

Llegaste cuando no te esperaba,
Cuando mis ilusiones se me escapaban
llegaste tuuuuuu….

Y la lluvia ya había pasado y llegamos a la casa de ella, y yo asustado sin saber qué hacer, y me dijo:

- Te veo mañana-

…y yo dije sí, me quedó viendo, me apartó el pelo de mi ojos cerrados por los vidrios mojados, me quitó los lentes y los limpió con la falda de su blusa, y me dio un beso.

El mundo naufragó bajo la lluvia repetida en las aceras, y me fui buscando la vida en las calles, mirando la gente borracha y los músicos ya tirados en las tarimas descansando, y ya eran las 4 de la mañana y Javier nunca apareció y Moisés Canelo cantaba “noche de luna en la Ceiba”, y me senté en una banca del parque central, ya sin mucha gente, sin luces y el cielo ya estaba despejado y todo parecía un campamento de refugiados del crepúsculo, refugiados del olvido.

Y yo con el corazón latiendo como quien carga un reloj bajo la piel y vi los charcos de lodo de las tormentas pasadas y extrañe la lluvia desde ese momento.

Por eso no uso paraguas.



A Yamileth, en cualquier carrusel que esté.





Allan Mcdonald

LAS ÚLTIMAS LUCES DEL BITLE.

El día que mataron a John Lennon, estaba yo subido en un tejado del barrio la Guadalupe, ayudándole a mi tío negro a tapar unas goteras de la casa donde trabajaba el tío Jorge, el negro le decíamos, era albañil y me llevaba de vez en cuando a pintar casas o arrastrar arena y a pasarle ladrillos, como quien pasa un pedazo de pan por encima de una mesa de ricos.
Ese lunes 8 de diciembre de 1980 tío negro estaba de rodillas poniendo la melcocha gris de un cemento en la tejas y yo deteniéndole la latía barata de tapagoteras y en la esquinita bajo una nube gris de las 6 de la tarde sonaba el radito viejo de mi tío. Una imitación de Hitachi japonés, por uno de marca Hibachi chino. Comprado por 6 pesos en el almacén de los pobres de la 5 avenida de Comayagüela.
Abajo, en la acera de enfrente estaba una cantina que se llamaba “El barco”, 
parecía un Titanic hundida en polvareda de las calles con borrachos pidiendo auxilio 
entre manotazos de la resaca del día. En la puerta de abordaje estaba un marica que
 le decían por amor arrebatado a dentelladas del destino “tiburón”, el “tiburón”
 le decían, y el “tiburón” cantaba bajito esa canción triste que nunca olvido: 
 
“Fue en un cabaret 
Donde te encontré bailando
Vendiendo tu amor al mejor postor
Soñando y con sentimiento noble
Yo te brindé como un hombre
Mi destino y mi corazón”

Y en el tejado mi tío me decía – esta es la última teja que ponemos, ya casi es de noche, ya no se mira- y en eso se soltaba la última hora en la radio… última hora…¡¡¡última hora!!!  Radio América informa, última hora y paramos con la brocha untada de melcocha y me tío me vio con los ojos borrados de la oscurana y yo asustado  porque eran tiempos de bombas… última hora… Acaban de asesinar a John Lennon, ex vocalista de los Beatles…¡¡¡¡última hora!!! Y luego la sirena que vomitaba la psicosis colectiva de aquellos ochentones años de locutores pletóricos de la ideología vendida.
Asesinado esta noche a las 20 horas en la ciudad de New york el cantante John Lennon, acribillado a tiros por un fanático frente a su apartamento en el central park…  ¡¡¡¡últimaaaaaaa  horaaaa!!!!… ya para entonces aquí eran las 6 de la tarde y la noche estaba azul y mi tío agachaba la cabeza y decía- que cabrones… mataron al Bitle…  y yo le preguntaba. - tío y quien es el Bitle?… es John Lennon, el cantante - me decía y yo no entendía esas cosas de los Bitles, era tan niño en una país tan periférico, que no sabía… y el tío me decía: - mirá estos botines que ando, son marca Bitle. - y donde dice? le preguntaba yo. -acá en el zíper, mirá… y era verdad allí decía Beatle.
Y el tío, medio agachado sonándose los mocos con su pañuelo bordado por un amor perdido… Y bajó por la escalera y me dio la mano, -bajémonos mejor, que ya es de noche.-

 Y allá abajo él le decía al maricón que acababan de matar a Lennon, y el maricón con el gesto inocente y triste de Rita Hayworth seguía cantando y nunca dejó de cantar y repetía la misma canción y mi tío le pidió que le vendiera una cerveza Imperial y una Cocacola para mí, - querés una porción de pollo - me preguntó el tío y yo sin responder y el maricón me cerró el ojo para que dijera que sí, y yo decía que si y en una canasta de plástico verde me ponían el pedazo de un pollo tostado con la luz incandescente en el rojo vivo de un foco que meten en el cajón de vidrio donde exhibían aquellos pobres animales muertos. Y yo con las manos untadas de grasa limpiándome en los pantalones cortos y el tío decía: - que mierda que mataron a Lennon-. Y la boca con su diente de oro envuelto en la espuma de la imperial, me decía…- nunca has escuchado los Bitles…? - y como… si ni se quiénes son… - un día los vas escuchar y que mierda  que lo mataron le repetía al marica y el marica con un delantal blanquísimo y un trapo mojado pasándolo por el mostrador y cantando luces de New York… y en la pared un poster de Rigo Tovar y una toalla salvadoreña clavada con un caballo cruzando un rio, y el caballo corría como los de verdad y se miraba triste el caballo y en fondo del cielo una nube y yo viendo esos paisajes y en eso llegó un señor diciendo que mataron a Lennon, y detrás de él mi papá que llegó a traerme de la oreja, me dio un coscorrón por vago, y le dije como excusándome… -¡no vez que mataron a John Lennon! entonces le impactó esa noticia y me soltó de la oreja; la atención se les desvió y se le nublaron los ojos… -¿y dónde lo mataron?, y entonces yo confundí mi memoria y revolví la tragedia con la tonadilla que cantaba el “tiburón” - dicen que fue en un cabaret de New York… y era verdad, entre la canción de la Sonara Santanera y la noticia de la radio, había perdido el hilo de ese crimen que hace más de 30 años descompuso al mundo.

Hoy 9 de octubre habría cumplido 71 años el Bitle que mataron aquel lunes 8 de diciembre. Yo estaba en el tejado…


Vuelve al cabaret
No me importa más tu suerte
Ya no quiero más
Volverte a encontrar ni verte

Vuelve ahí cabaretera
Vuelve a ser lo que antes eras
En aquel pobre rincón

Ahí quemaron tus alas
Mariposa equivocada
Las luces de Nueva York.

Allan Mcdonald

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